Traducción: María Cristina Cáffaro
Muchos manejamos nuestras relaciones
en la misma forma en que jugamos al póquer. Hacemos todo lo posible para llevar
ventaja. Si eso falla, simulamos. Hacemos creer que tenemos cartas que no
tenemos. Engañamos. Mentimos.
Y en tanto éste es el modelo para
muchas relaciones en nuestra época postmoderna, no lo es para la Relación Sagrada
según se describe en el Manuscrito.
Permítanme poner esto en claro. Las Relaciones Sagradas no son para
cualquiera. De hecho, sospecho que hay muchas menos personas capaces o siquiera
dispuestas a intentarlo, que personas que prefieren jugar juegos de naipes
emocionales.
Este tipo de relación exige máxima
honestidad de ambos, uno y su compañero. En vez de esconder las cartas, las
ponemos en la mesa todas boca arriba. Todas nuestras
esperanzas, todos nuestros miedos, todos nuestros pensamientos celosos o
mezquinos, todas nuestras maquinaciones: todo se expone a la clara luz de la
consciencia para que nuestro compañero lo vea. Y él o ella debe
hacer lo mismo. No va a funcionar si dejamos la puerta de atrás sin llave para
escapar mentalmente. No va a funcionar si ambos no son impecablemente honestos
uno con el otro.
Y la razón para este tipo radical de
honestidad es que, sin ella, la
Alquimia de las Relaciones no puede suceder. Ahora bien, este término puede ser nuevo para
muchos, aun para los que estudian la alquimia interna, ya que la dinámica de
las relaciones íntimas rara vez se menciona en las cuatro corrientes
principales de la alquimia (Egipcia, Taoísta, Tántrica
de Yoga y Tántrica Budista).
De modo que estaría bien definir
aquí lo que quiero decir, para poner alguna base a esto. Como todas las clases
de alquimia, este tipo de trabajo intenta cambiar una forma por otra. La forma, en este caso, es la dinámica que
media entre dos personas, a la que se han habituado. Después de un tiempo, la gente tiende a caer
en la rutina. La vivacidad que existía al principio de la relación se diluye.
Ambos se vuelven más o menos inconscientes. La dura realidad es que lleva una
vigilancia y esfuerzo continuos para conservar viva y consciente una relación.
Muchas relaciones se van cayendo
porque ninguno de los dos tiene ganas o capacidad para hacer el esfuerzo que
requiere sostenerlas. En vez de
experimentar la novedad de cada momento dentro de la relación, con el tiempo se
va colando una especie de pesadez; lo que solía ser excitante se vuelve
aburrido. Y lo peor es que se instala una especie de letargo psicológico y
emocional, y ambos sucumben a los efectos adormecedores de la inconsciencia.
Este tipo de inconsciencia es un
amenaza mortal para el insight y la consciencia
psicológica y, aunque rara vez se lo menciona, tiene un efecto negativo sobre
la vida espiritual también.
Así que la forma que debe cambiarse
dentro de una relación es literalmente la forma de las interacciones que
habitualmente tienen lugar entre las dos personas.
Como en todas las clases de
alquimia, debe haber un recipiente en que tengan lugar las reacciones. Y en
este caso, es el recipiente de la seguridad y el aprecio que lo aporta el
reservorio para la transformación.
Si faltan la seguridad o el aprecio,
este tipo de alquimia no puede funcionar.
Y si has decidido que quieres intentar este tipo de alquimia en tu relación,
te sugiero que primero hagas un análisis. Evalúa honestamente si sientes que
hay seguridad y aprecio en tu relación.
Si no lo sientes, desperdiciarás tu tiempo tratando de emprender este
tipo de alquimia con tu compañero actual. Sugiero que enfoques tus esfuerzos,
más bien, en los esfuerzos solitarios mencionados en el Manuscrito. Si de todos
modos quieres intentarlo, trata de hablar con tu compañero sobre estos
sentimientos de peligro y falta de aprecio que tienes. Sólo si se resuelven,
cuando así sea podrás considerar intentar este tipo de alquimia.
De modo que ahora tenemos dos de los
tres elementos necesarios para la alquimia: algo a transformar (los patrones
habituales de interacción) y el recipiente (la red de seguridad, por así
decirlo, de la relación misma) Se necesita un tercer elemento y ése es, por
supuesto, la energía para provocar la reacción.
Generalmente hay abundante energía en las relaciones, bajo la forma de
patrones neuróticos, esperanzas, miedos y deseos. Hablaremos de ellos en seguida,
pero primero quiero hablar del acero.
Nuestro yo psicológico se parece
mucho a una espada hecha de una aleación de acero. Se ha forjado en la ardiente
fundición de nuestra infancia, en las presiones formativas de nuestras
experiencias más tempranas. Este período temprano de la vida liga los elementos
de nuestras psiquis. Y como el acero, esto se hace bajo inmenso calor y
presión. Algunos de nosotros sufrimos el abuso de padres despóticos o
directamente hostiles cuando no destructivos. Algunos fuimos dejados a nuestra
suerte sin apoyo ni guía de ninguna clase. Y todos los tipos de relaciones de
los niños con sus padres caen entre estos dos extremos. Las posibilidades de
presiones sobre la infancia son prácticamente innumerables, y también las aleaciones
psicológicas que resultan de esta clase de experiencias.
Mucho se habla del niño interior en
muchos grupos de crecimiento personal, y en tanto es ciertamente valioso tomar
contacto con el yo más joven, no siempre es agradable. Un mito de nuestra cultura
dice que la infancia es época de inocencia, un período en que todo está bien en
el mundo. Para algunos niños puede ser; para muchos
definitivamente no lo es.
Recuerdo estar en la casa de un
colega terapeuta durante una fiesta hace unos pocos años. La mayoría de los
adultos éramos terapeutas, psicólogos o psiquiatras. Yo me había acomodado en
un enorme sofá, tomando mi Pepsi, cuando noté una situación interesante. Uno de
los terapeutas había traído a su hijo y al mejor amigo de su hijo a la fiesta.
Era evidente que los dos chicos eran amigos. Estaban jugando algún juego de naipes
y respetando cada uno el turno de la jugada del otro. No intentaban trampear,
parecían estar en una burbuja de camaradería.
Entonces llegó el padre del chico y
les preguntó si necesitaban algo. Los dos lo miraron con caritas de angelitos y
sonrieron. No, dijeron, con las vocecitas infantiles más encantadoras. El papá
palmeó la espalda de su hijo, y al salir, como al descuido hizo lo mismo con el
amigo de su hijo. Por un momento, su
hijo miró el incidente horrorizado. Se notaba que no podía creer lo que veía.
Entonces, cuando su padre se había ido a otra habitación, el chico apuntó y ¡le
pegó a su mejor amigo en la cara!
Esto no era inocencia infantil. Esto
era ira infantil. No estaba dispuesto a compartir el afecto de su padre, ni
siquiera con su mejor amigo. Esta clase de celos es típica de los mamíferos
superiores, y nosotros aún somos mamíferos a pesar de todas nuestras ilusiones
santurronas y autocomplacientes. No importa cuán elevados espiritualmente
estemos, mientras vivamos compartiremos rasgos con nuestros hermanos y hermanas
mamíferos.
La vida interior de un niño es a
menudo muy diferente de lo que imaginan los que lo rodean. La vida psicológica
de un niño, rodeado de peligros y oportunidades, está conformada directamente
por cómo elige manejarlos. Ya sea algo tan amenazador para su vida como un
padre desquiciado o un abusador, o aparentemente inofensivo, como elegir con
quién ir al baile de egresados, en cierta forma no importa. En tanto el impacto
de pelear por su vida muy bien puede marcar la conducta de un niño hasta
avanzada la adultez, las pequeñas decisiones de la vida, como con quién
socializar o no, también tienen importancia. Todas estas decisiones menores
crean calor y presión psicológica interna. Las aleaciones de la personalidad se
funden o se queman. La espada ya ha sido templada para cuando se alcanza la
adultez, y la aleación de nuestras personalidades ya está fijada.
Algunos salimos de esta fundición de
la infancia con filos duros como la roca; otros somos romos. Algunos sostenemos
nuestros filos, otros parece que nunca podemos sostener nada.
La cuestión con el acero es que tiende
a permanecer en su forma original una vez que sale de la fundición. Y una de
las pocas cosas que alguna vez puede re-configurar esa aleación es que el acero
se vuelva a calentar como cuando tomó forma por primera vez.
En el trabajo alquímico de la Relación Sagrada,
voluntariamente nos ponemos de vuelta en la fundición. El calor que se levanta
entre dos personas cuando sus neurosis se frotan una contra otra puede llegar a
ser bastante intenso. Si ambos pueden
encontrar el coraje de ser radicalmente honestos consigo mismos y con el otro
en estos momentos que queman, las aleaciones psicológicas se pueden cambiar. La
relación recibe un nuevo hálito de vida impulsado por la energía de la verdad
psicológica.
La cuestión es que la mayoría de
nosotros hace cualquier cosa para evitar el calor psicológico. Cuando nos sentimos
incómodos, muchos salimos huyendo. Para algunos, significa literalmente hacer
las valijas y salir de la ciudad, o al menos fuera de la vista. Para algunos significa estar físicamente
presente, pero ya no presente emocionalmente. Nos entumecemos. Nos volvemos
autómatas. Nos movemos y hablamos casi en forma normal, pero nos hemos alejado
mucho hacia adentro. Otros nos atontamos con alcohol o drogas. Y algunos lo
hacemos con televisión. Los humanos somos muy hábiles y creativos, después de
todo. Podemos encontrar toda clase de formas de evitar enfrentarnos con
nosotros mismos. De hecho son demasiado numerosas para que les dé una lista.
Pero sospecho que tienen idea. Creo que la verdadera pregunta es ésta: ¿qué
haces cuando las cosas se ponen demasiado calientes psicológicamente para tu
gusto? ¿Qué haces cuando estás al borde
de sentir algo que no quieres sentir?
Para quienes están en un Relación
Sagrada esos sentimientos son un llamado a estar presentes. Es hora de ser
radicalmente honestos, y que ambos expresen sus verdaderos sentimientos, no
importa cuánta vergüenza o temor les cause. Diciéndose sus verdades, entra un
elemento revitalizador en la dinámica. La honestidad psicológica resulta en
comprensión psicológica. Y con la comprensión viene la esperanza de conciencia,
y con la conciencia puede haber cambios.
Este capítulo dista de ser un manual
de Alquimia para las Relaciones. Más que nada, creo, es una advertencia. Magdalena aludió a esto en el Manuscrito. Lo
llamó oscurecimientos hacia la huída. ¿No les suena maravillosamente exótico?
Bueno, pues no es muy exótico cuando el oscurecimiento uno lo tiene cara a
cara. Y no es un sentimiento exótico cuando la fundición de la relación se
calienta de modo que uno siente que se disuelve (psicológicamente, por
supuesto). Toma coraje y fortaleza quedarse en la fundición cuando el calor
empieza a debilitar la estabilidad de lo que uno percibe como su propia imagen.
A muy pocos nos hace gracia pasar por tontos, que nos vean asustados, mezquinos
o celosos. Y vamos a hacer elaborados esfuerzos para esconder esos sentimientos
ante otros y ante nosotros mismos.
Pero en una Relación Sagrada esas
cosas invariablemente salen a la superficie como el barro que se levanta al
revolver el fondo de un barril. La cosa
es darse cuenta de que esto no significa que estás haciendo las cosas mal (en la Relación Sagrada);
significa que tal vez las estás haciendo bien.
Como dijo Magdalena en el Manuscrito, el poder de la alquimia hace
salir, empuja hacia afuera, la escoria. Esto puede ser fascinante cuando la
escoria sale de tu compañero pero es verdaderamente horrible cuando es tu propia
escoria la que se está volcando afuera.
Lo que hace sagrada a una Relación
Sagrada es que es de veras una manera sagrada de ser. La raíz de la palabra
sagrada (holy en inglés) en realidad significa
volverse completo (whole). Así que... cuando hacemos
algo que crea esta completud o integridad (en este
caso psicológica) nos involucramos en un acto sagrado.
En el crisol de la seguridad,
honestidad y agradecimiento mutuo, es posible forjar un nuevo yo. Este nuevo yo
es psicológicamente más honesto, más consciente y más libre que su contraparte
antes de entrar en la fundición de la relación. Y como el fénix que se levanta
de sus propias cenizas, este yo tiene alas. Puede volar a lugares que antes
sólo podía imaginar.
Hay aquí misterios y tesoros que
esperan a quienes tienen el coraje de entrar en las profundidades de sí mismos
y sus compañeros. No es para todos, como ya dije. Probablemente sabrás si eres
candidato posible, porque lo sentirás en tu alma, en tu corazón.
Si te inicias en este camino, has de
saber que no hay manual de instrucciones. Allí afuera hay muy poca guía. El
sendero a la espiritualidad ha sido tradicionalmente solitario. Y en tanto los
tiempos en soledad puedan ser necesarios para aquellos en Relaciones Sagradas,
algo ha cambiado. Ellos consienten en
transitar juntos el camino hacia la divinidad, lado a lado, a través de cielo e infierno, a través de
brillantes cumbres donde todo se ve claro como cristal, y a través del oscuro
valle de la muerte psicológica donde es difícil ver los propios pies uno
delante del otro. Sin embargo, a través de la oscuridad del no saber, empieza a
surgir una profunda fuerza primordial. Requiere un tipo inusual de sagrada
trinidad – tres cosas para que cumpla con su muy sagrada tarea: seguridad
mutua, honestidad psicológica y aprecio del Amado.
¡Buen viaje!
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