30-enero-2013
En cierta ocasión, Leonardo Da Vinci contaba:
“Arrastrado por mi apasionado deseo, anhelante de ver la gran confusión de las variadas y extrañas formas creadas por la ingeniosa Naturaleza, vagué durante un tiempo entre los oscuros acantilados y llegué a la entrada de una gran caverna. Permanecí delante de ella por un tiempo, estupefacto, e ignorante de la existencia de algo semejante, con la espalda curvada y la mano izquierda apoyada en las rodillas, y protegiéndome los ojos con la derecha, con los párpados bajos y semicerrados, inclinándome a menudo de un lado y otro para ver si podía distinguer algo del interior; pero no pude por la gran oscuridad que allí había. Y después de permanecer así un rato, de pronto surgieron en mí dos sentimientos, temor y deseo; temor de la amenazante caverna oscura, y deseo de ver si había dentro algo milagroso.”
La historia es un fiel reflejo
metafórico de lo que sentimos cuando, ante nosotros, se nos presenta
algo que no llegamos a comprender y que nos da miedo abordar pero,
prevalece el deseo y la curiosidad que sentimos por desvelar aquel
misterio y llegar a conocer que, se esconce dentro de él. Ese impulso,
es el que ha llevado a muchos físicos a realizar descubrimientos que han
hecho posible el avance del conocimiento del “mundo”.
Aquí vemos la entrada a otra “Gruta de
Leonardo” en la que no sabemos que fuerzas y energías podrían estar
presentes y que fuerzas de marea nos arrastrarían hacia quíen sabe que
lugares ignotos situados en otros universos o, por el contrario, en
lugar de ser la entrada hacia un mundo maravilloso, sólo se trata del
camino que nos lleva hacia la destrucción.
“Lo cierto es que cuanto más aprendamos
acerca del mundo y cuanto más profundo sea nuestro aprendizaje, tanto
más conscientes, específico y articulado será nuestro conocimiento de lo
que no conocemos, nuestro conocimiento de nuestra ignorancia. Pues, en
verdad, la fuente principal de nuestra ignorancia es el hecho de que
nuestro conocimiento sólo puede ser finito, mientras que nuiestra
ignorancia es necesariamente infinita.” Así lo escribió el gran filósofo
de la ciencia, Karl Popper.
Hay una difundida y errónea suposición
de que la ciencia se ocupa de explicarlo todo, y que, por ende, los
fenómenos inexplicados preocupana los científicos al amenazar la
hegemonía de la visión del mundo. El técnico en bata del Laboratorio, en
la película de bajo presupuesto, se queda mirando para el techo,
pensativo y, de pronto, se da una palmadita en la frente cuando se
encuentra con algo nuevo, y exclama con voz temblorosa, entrecortada:
“¡Pero, no hay explicación para esto!”. En realidad, por supuesto, cada
científico digno se apresura a abordar lo inexplicado, pues es lo que
hace avanzar la ciencia. Son, a veces, los grandes sistemas místicos de
pensamientos, envueltos en terminologías demasiado vagas para ser
erróneas, los que explican todo, raramente se euivocan y no crecen.
La ciencia es intrínsicamente
abierta y exploratoria, y comete errores todos los días. En verdad, ese
será siempre su destino, de acuerdo con la lógica esencial del segundo
teorema de incompletitud de Kurt Gödel. El teorena de Gödel demuestra
que la plena validez de cualquier sistema inclusive un sistema
científico, no puede demostrarse dentro del sistema. En otras palabras,
la comprensibilidad de una teoría no puede establecerse a menos que haya
algo fuera de su marco con lo cual someterla a prueba, algo más allá
del límite definido por una ecuación termodinámica, o por la anulación
de la función de onda cuántica o por cualquier otra teoría o ley. Y si
hay tal marca de referencia más amplio, entonces la teoría, por
definición, no lo explica todo.En resumen, no hay ni habrá nunca una
descripción científica completa y copmprensiva del universo cuya validez
pueda demostrarse. Estamos inmersos en una Naturaleza en la que, estará
siempre presente ¡la incertidumbre!.
Sí, tratar de saber es bueno. Sin embargo, nunca llegaremos a saberlo todo
Tal planteamiento, al menos como lo
veo yo, es bueno y saludable. Pensemos en el infierno que sería un
universo pequeñito al que pudiéramos explorar y comprender totalmente.
Alejandro Magno, se dice , lloró cuando le dijeron que había infinitos
mundos (“¡Y nosotros no hemos conquistado ni siquiera uno!”, exclamó
sollozando), pero la situación parece más optimista a quienes se
inclinan a desatar, no a cortar, el nudo gordiano de la Naturaleza.
Ningún hombre, o mujer, realmente
reflexivom deberían desear saberlo todo, pues cuando el conocimiento y
su análisis son completos, el pensamiento se detiene y (cosa que no nos
conviene), comienza a desaparecer la curiosidad y el interés por las
cosas que, al conocerlas, no encierran ningún misterio que desvelar, con
lo cual, la degradación comienza su camino en el interior de nuestras
mentes.
La falta de interés nos hace caer en la melancolía, el aburrimiento, nada llama ya nuestra atención
La paradoja del más conocido cuadro de la serie La trahison des images (1928–1929) de René Magritte. Serie sobre la que Foucault escribió un no menos conocido ensayo.
René Magritte, en 1926, puntó un
cuadro de una pipa y escribió debajo de él con una cuidadosa letra de
escolar (lo que arriba podeis leer) y que, traducido, decía “Esto no es
una pipa”. Esta pintura podría convertirse apropiadamente en el emblema
de la Cosmología científica. La palabra “Universo” no es el Universo; ni
lo son las ecuaciones de la teoría de la supersimetría, mi la ley de Hubble
ni la métrica de Friedmann-Walker-Robinson. Generalmente, la ciencia
tampoco sirve de mucho para explicar lo que algo, y mucho menos el
universo entero, realmente “es”.
La Ciencia describe y predice sucesos,
pero paga por este poder al tener que, rectificar muchas veces, dado que
las predicciones que se hacen, son aproximaciones de la realidad que
buscamos y que, poco a poco, tratamos de perfeccionar depurando los
defenctos de aquellas más viejas con estas otras más nuevas que llevan
incorporados nuevos parámetros despuñés descubiertos.
¿Por qué, pues, la Ciencia tiene éxito?
La respuesta es que nadie lo sabe. Es un completo misterio-quizá el
completo misterio- por qué la mente humana puiede comprender algo del
vasto universo. Como solía decir Einstein “Lo más incomprensible del universo es que lo podamos comprender”.
Quizá como nuestro cerebro
evoluciona mediante la acción de las leyes naturles, éstas resuenan y
vibran de alguna manera, por nosotros desconocida en él. La Naturaleza
nos presenta una serie de repeticiones -pautas de conducta que
reaparecen a escalas diferentes, haciendo posible identificar
principios, como las leyes de conservación, que se aplican de moso
universal- y estas pueden proporcionar el vínculo entre lo que ocurre
dentro y fuera de nuestras mentes. Pero, el misterio, realmente no es
que coincidamos de alguna manera con el universo, sino que en cierta
medida estamos en conflicto con él, y sin embargo podemos comprender
algo de él. ¿Por qué esto es asó? Sin lugar a ninguna duda es por el
simple hecho de que somos “una parte del universo” ¡La que piensa! y, al
estar a él conectados con esos hilos invisbles de la Mente, nos llegan
mensajes que despiertan la intuición que nos lleva de la mano de los
nuevos pensamientos que surgen hacia ese mundo mágico del saber.
Claro que, el teorema de Gódel indica
que siempre estaremos limitados en el saber del universo u, esos limites
subyacen, muy posiblemente en aquella ruptura de las simetrías cósmicas
en el momento de la génesis o de lo que fuera lo que allí pasó, si
fluctuación de vacío, a un cambio de fase especatacular que, desde otro
iniverso, nos envió a éste nuestro creado en la transición.
¡Sabemos tan poco!
emilio silvera