El Sermón sobre la Luz del Mundo
Por
la noche del penúltimo día de la fiesta, cuando se encontraba la escena
brillantemente iluminada por las luces de los candeleros y de las
antorchas, Jesús se paró en el medio de la multitud reunida y dijo:
“Yo
soy la Luz del Mundo. El que me sigue, no andará en tinieblas sino que
tendrá la Luz de la Vida. Presumís enjuiciarme y sentaros para juzgarme,
y declaráis que, si doy testimonio e mí mismo, mi testimonio no puede
ser verdadero. Pero la criatura no puede enjuiciar al Creador. Aunque
doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es eternamente verdadero,
porque sé de donde vine, quién soy, y adónde voy. Vosotros, que queréis
matar al Hijo del Hombre, no sabéis de dónde vine, quién soy ni adónde
voy. Vosotros juzgáis sólo por las apariencias de la carne; no percibís
las realidades del espíritu. Yo no juzgo a ningún hombre, ni siquiera a
mi archi-enemigo. Pero si decidiera juzgar, mi juicio sería verdadero y
recto porque yo no juzgaría solo, sino con mi Padre que me envió en el
mundo, y que es la fuente de todo juicio verdadero. Aún vosotros decís
que se puede aceptar el testimonio de dos personas confiables: pues
bien, yo atestiguo estas verdades; y también lo hace mi Padre en el
cielo. Y cuando ayer yo os dije esto mismo, en vuestras tinieblas me
preguntasteis, “¿dónde está tu Padre?”. En verdad no me conocéis a mí ni
a mi Padre, porque si me conocierais a mí, también conoceríais a mi
Padre”.
“Ya os he dicho que yo
partiré, y que me buscaréis pero no me encontraréis, porque adonde yo
voy, vosotros no podéis venir. Vosotros, los que rechazáis esta luz,
sois de la bajo; yo soy de lo alto. Vosotros, los que preferís sentaros
en las tinieblas, sois de este mundo; yo no soy de este mundo, y vivo en
la luz eterna del Padre de las luces. Ya habéis tenido abundantes
oportunidades para aprender quien soy yo, pero tendréis aún otra prueba
que confirma la identidad del Hijo del Hombre. Yo soy la luz de la vida,
y todo aquél que rechace deliberadamente y a sabiendas esta luz
salvadora, morirá en sus pecados. Mucho tengo que deciros, pero sois
incapaces de recibir mis palabras. Sin embargo, aquél que me envió es
Verdadero y Fiel; mi Padre ama aún a sus hijos descarriados. Y todo lo
que mi Padre ha hablado, yo también proclamo al mundo”.
“Cuando
el Hijo del Hombre sea elevado, entonces conoceréis que yo soy él, y
que no he hecho nada por mí mismo, sino según me enseñó el Padre. Hablo
estas palabras para vosotros y para vuestros hijos. Aquél que me envió,
aun ahora está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo
que a él le agrada”.
Al enseñar así Jesús a los peregrinos en los patios del templo, muchos creyeron. Y ningún hombre se atrevió a arrestarlo.
El
último día, el gran día de la fiesta, cuando la procesión proveniente
del estanque de Siloé pasó a través de los patios del templo, e
inmediatamente después de que los sacerdotes echaron el agua y el vino
en el altar, Jesús, de pie entre los peregrinos, dijo: “El que tenga
sed, que acuda a mí y beba. Del Padre en lo alto traigo a este mundo el
agua viva. El que cree en mí se llenará del espíritu que esta agua
representa, porque aún las Escrituras han dicho:”de él fluirán ríos de
agua viva”. Cuando el Hijo del Hombre haya completado su obra en la
tierra, se derramará sobre toda la carne el Espíritu vivo de la Verdad.
Los que reciban este espíritu jamás tendrán sed espiritual”.
Jesús
interrumpió el servicio para hablar estas palabras. Se dirigió a los
adoradores inmediatamente después del canto del Halel, la lectura de los
salmos acompañada por el ondear de las ramas ante el altar. En ese
momento, había una pausa mientras se preparaban los sacrificios, y fue
en ese momento que los peregrinos escucharon la voz fascinadora del Maestro declarar que él era el dador del agua viva para todas las almas con sed de espíritu.
Al
concluir de este servicio matutino, Jesús continuó enseñando a las
multitudes, diciendo: “¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: “He
aquí que las aguas caen sobre la tierra y las bebe el suelo reseco, así
otorgaré yo el espíritu de santidad para que lo beban mis hijos en una
bendición que llegará hasta los hijos de sus hijos? ¿Por qué tenéis sed
del ministerio del espíritu mientras tratáis aplacar la sed de vuestra
alma con el agua de tradiciones de los hombres, vertida de las jarras
rotas del servicio ceremonial? Lo que veis aquí en este templo es la
forma en que vuestros padres intentaron simbolizar la efusión del
espíritu divino sobre los hijos de la fe, y habéis hecho bien en
perpetuar estos símbolos, aún hasta el día de hoy. Pero ahora, a esta
generación ha llegado la revelación del Padre de los espíritus, a través
de la efusión de su Hijo, y todo esto será certeramente seguido por l
efusión del espíritu del Padre y del Hijo sobre los hijos de los
hombres. Para todo el que tenga fe, esta efusión del espíritu será el
verdadero maestro del camino que conduce a la vida eterna, a las
verdaderas aguas de la vida en el reino del cielo sobre la tierra y
allende en el Paraíso del Padre”.
Y
Jesús continuó contestando las preguntas de la multitud y de los
fariseos. Algunos lo consideraban un profeta; otros, creían que él era
el Mesías; y aún otros decían que no podía ser el Cristo puesto que
venía de Galilea, y que el Mesías debía restaurar el trono de David.
Pero aún así, no se atrevieron a arrestarlo.
Fuente: Extractos de Documento 162 – El libro de Urantía
En Amor y Servicio Incondicional,
Viviana Rodriguez Cortejarena – www.vivianarodriguez.com
en Jesús 31 marzo, 2016