Publicado por E M A R el septiembre 14, 2015
Hemos venido a este mundo con una misión concreta?
¿En que grado
estamos determinados y qué podemos hacer al respecto? Cuando no se
tienen las respuestas, y es evidente que no las tenemos, hay que seguir
los pasos de Séneca que decía que el mejor método de aprendizaje
consiste en enseñar a los demás aquello que queremos aprender.
Una bella forma
de aprender son los cuentos, a decir de algunos sabios es el camino más
corto entre uno mismo y la verdad. Voy a comenzar por uno de Almanaque
Sanador que contiene una reflexión sobre el destino familiar:
Su
bisabuelo trabajó en la construcción de los primeros aviones. Sus dos
abuelos pilotaron aviones durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre es
piloto comercial con cientos de miles de horas de vuelo. Tratando de
escapar de su destino se hizo buzo profesional y desde entonces sólo
encuentra aviones sumergidos.
Con la herencia
podemos hacer lo que queremos hacer, pero esta no puede ser ignorada ni
traicionada, según dice Liz Greene. Estamos igual de condicionados por
nuestros padres cuando huimos de lo que ellos fueron como cuando
cumplimos con todas sus expectativas.
Otra forma de
ver el destino es como una larga sucesión de acontecimientos en la que
unos influencian a otros. El siguiente cuento sufí es una buena muestra:
Un un día
le preguntaron al Mulá Nasrudin cuál era el significado del destino. En
aquel momento llevaban a un condenado a la horca.
Mirad aquel
pobre hombre, respondió Nasrudin. Si el día que salió con tanta hambre
de su casa y sin una moneda en el bolsillo no se hubiera tropezado con
el panadero que acababa de sacar una bandeja de sus mejores bollos
recién horneados. Si su embriagador aroma no se hubiera apoderado de sus
sentidos hasta hacerle alargar la mano para coger un bollo. Si el
panadero no hubiera tenido un cuchillo en el bolsillo de su mandil y
hubiera tenido compasión del pobre hombre en lugar de lanzarse sobre él
blandiendo el arma. Si el panadero hubiera sido más fuerte y diestro que
el pobre ladrón, para esquivar la estocada que este logró desviar. Si
la herida no hubiera pasado e un rasguño, en lugar de acabar con su
vida. Ese hombre hoy no iría a dar con sus huesos al patíbulo.
¿Somos lo que
pensamos? Sólo seis pasos son necesarios, según Gandhi, para ir desde
las creencias hasta el destino: “Tus creencias se convierten en tus
pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus
palabras se convierten en tus actos, tus actos se convierten en tus
hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores y tus valores se
convierten en tu destino”
¿Y si lo que
llamamos “destino” sólo fuera nuestro potencial por desarrollar?
¿Nuestra infelicidad no estará en parte causada por no atrevernos a
reconocer nuestras capacidades latentes e incluso apartarnos de ellas?
Estoy
completamente de acuerdo con Juan Trigo cuando afirma que somos nuestro
propio destino, nuestro propio camino y también nuestra propia
libertad. Si bien es cierto que no podemos escoger el lugar, ni el
tiempo en que hemos ido a nacer, sí podemos averiguar algunas claves que
ese tiempo y momento del nacimiento comportan. El destino no nos
convierte en meros actores. “El sabio gobierna su estrella y el
ignorante es gobernado por ella”, decía Ptolomeo.
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