Cierta tarde ocurrió un episodio muy
interesante cerca del camino, al aproximare ellos a Tarento. Observaron
que un robusto joven rudo atacaba brutalmente a un muchacho más pequeño.
Jesús se apresuró a asistir al joven asaltado, y después de rescatarlo,
retuvo firmemente al agresor para que el pequeño pudiera huir. En el
momento en que Jesús soltó al atacante, Ganid se le abalanzó encima,
propinándole una soberana paliza, pero ante su asombro, Jesús intervino
rápidamente, sujetando a Ganid y permitiendo así que el asustado
muchacho escapara. Tan pronto como recobró el aliento, exclamó Ganid
acaloradamente: “Maestro, no alcanzo a comprenderte. Si la misericordia
demanda el rescate del muchacho más pequeño, ¿no exige la justicia el
castigo del más grande, del agresor?” Jesús respondió:
“Ganid, es verdad que no comprendes. El
ministerio de la misericordia es siempre la obra del individuo, pero el
castigo de la justicia es la función de los grupos sociales,
gubernamentales, o administrativos del universo. Como individuo estoy
obligado a mostrar misericordia; debo rescatar al muchacho agredido, y
podrá con toda justicia, emplear la fuerza para contener al agresor. Y
eso es exactamente lo que hice. Logré liberar al muchacho agredido; he
aquí el fin del ministerio de la misericordia. Estuve luego por la
fuerza al agresor el tiempo necesario para permitir la huida de la parte
más débil de la disputa, y luego me desentendí del asunto. No juzgué al
agresor, examinando el móvil –evaluando todos los factores que pudieran
haber contribuido al ataque contra su semejante – ni emprendí la
realización del castigo que pudiera dictaminar mi mente como justa
recompensa por su mala acción”.
“Ganid, la misericordia puede ser
profusa, pero la justicia es precisa. ¿No te das cuenta de que
difícilmente podrían dos personas ponerse de acuerdo sobre un castigo
que pudiera satisfacer las exigencias de la justicia? Uno impondría
cuarenta latigazos, otro, veinte, mientras que un tercero sostendría que
el aislamiento penal es el único castigo justo. ¿No te das cuenta de
que en este mundo es mejor que tales responsabilidades recaigan sobre el
grupo o sean administradas por los representantes nombrados por el
grupo? En el universo, el juicio está investido sobre aquellos que
conocen plenamente los antecedentes de todos los males así como también
sus móviles. En la sociedad civilizada y en un universo organizado, la
administración de la justicia presupone el dictamen de una sentencia
justa después de un juicio justo, y esta prerrogativa corresponde a los
grupos jurídicos de los mundos y a los administradores omnisapientes de
los universos más altos de toda la creación”.
Durante varios días conversaron sobre el
problema de manifestar misericordia y administrar justicia. Ganid llegó
a comprender, por lo menos en parte, el por qué Jesús se negaba a
participar en luchas físicas personales. Pero Ganid le hizo una última
pregunta, a la que nunca recibió una respuesta plenamente satisfactoria;
y esa pregunta fue: “Pero, Maestro, si una criatura más fuerte y airada
te atacara y amenazara con destruirte, ¿qué harías tú? ¿No harías
ningún esfuerzo por defenderte?” Aunque Jesús no podía responder
completa y satisfactoriamente a la pregunta del muchacho, porque no
estaba dispuesto a revelarle que él (Jesús) estaba viviendo en la tierra
como ejemplo del amor del Padre del Paraíso para todo un universo
espectador, pudo decirle cuanto sigue:
“Ganid, bien comprendo que estos
problemas te dejan perplejo, y tratar de responder a tu pregunta.
Primero, en cualquier ataque que pudiera hacerse contra mi persona, yo
determinaría si es el agresor un hijo de Dios –mi hermano en la carne- o
no, y si pensara que esa criatura no posee juicio moral ni razón
espiritual, sin titubeos me defendería hasta el límite de mi
resistencia, a pesar de las consecuencias para el agresor. Pero no
agrediría yo del mismo modo a un semejante, hijo de Dios, ni siquiera en
defensa propia. Es decir que no le castigaría de antemano y sin juicio
por haberme agredido. Trataría por todos los medios posibles de prevenir
el ataque y de disuadirle de que me agrediera, y trataría de mitigar la
intensidad de ese ataque si no consiguiera evadirlo. Ganid, tengo
confianza absoluta en la protección de mi Padre Celestial. Estoy
consagrado a hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo. No creo
que pueda acontecerme ningún daño real; no creo que la obra de mi vida
pueda en realidad peligrar a manos de mis enemigos, y de seguro que no
hemos de temer violencia alguna por parte de nuestros amigos. Estoy
absolutamente convencido de que el universo entero es cordial para
conmigo: insisto en creer esta Verdad Todopoderosa con la confianza más
sincera pese a todas las apariencias de lo contrario”.
Pero Ganid no estaba plenamente
satisfecho. Muchas veces conversaron sobre estos temas, y Jesús le contó
sus experiencias juveniles, y le contó de Jacob, el hijo del albañil.
Al oír cómo Jacob se había erigido defensor de Jesús, dijo Ganid: “¡Oh,
ahora comienzo a entender! En primer lugar, raramente se le ocurriría a
una persona normal atacar a una persona tan bondadosa como tú, pero
aunque eso ocurriera, si alguien fuera tan irracional como para
atacarte, habría con toda seguridad muy cerca otro mortal dispuesto a
acudir corriendo en tu ayuda, así como tú siempre acudes a rescatar al
que se encuentre en dificultad. En mi corazón, Maestro, convengo
contigo, pero en mi cabeza, aún pienso que de haber yo sido Jacob, con
placer habría castigado a esos seres malvados que se atrevían a
agredirte sólo porque pensaban que tú no te defenderías. Supongo que
estás bastante a salvo en el transcurso de tu vida, puesto que mucho de
tu tiempo lo dedicas a ayudar a otros y a consolar a tus semejantes en
desgracia; así pues, supongo que probablemente habrá siempre alguien
cerca, listo para defenderte”. Y Jesús replicó: “Esa prueba aún no ha
llegado, Ganid, y cuando llegue, debemos atenernos a la que es la
Voluntad del Padre”. Y fue eso casi todo lo que pudo el muchacho sacarle
a su maestro sobre el difícil tema de la defensa propia y la falta de
resistencia. En otra ocasión, consiguió él sacarle a Jesús que, en su
opinión, la sociedad organizada tenía todo el derecho de emplear la
fuerza para la ejecución de sus justos mandatos.
Fuente: Extractos de Documento 133 – El libro de Urantía
En Amor y Servicio Incondicional,
Viviana Rodriguez Cortejarena – www.vivianarodriguez.com