EL CIELO EN LA TIERRA
Posted: 01 Aug 2016 10:30 PM PDT
Llegué
a un monte cercano, perteneciente al pueblo donde me hospedaba.
Recuerdo que el anciano que ostentaba la fonda en la cual me alojaba, me
había hablado de un
hombre santo, que habitaba entre las gentes de aquel lugar. Desde mi
llegada, su nombre sonaba insistentemente en mis oídos. Las lagunas que
anegaban mi fuero interno habían transportado esta maltrecha alma hasta
aquella apacible zona. Sin duda, el destino
me deparaba insospechadas sorpresas, que le concederían una nueva
perspectiva a mi vida.
La
voz de aquel hombre retumbaba por doquier. Su tono, seducía el alma de
todos los asistentes, llevándolos hasta la embriaguez extática. Su
figura, erguida, fuerte
y saludable, era acompañada por una luz que asemejaba envolver todo su
ser. Los cabellos largos hasta los hombros, blancos y etéreos, una barba
poblada, de idéntico semblante y dos ojos profundos del color de las
almendras, lo dotaban de un misticismo acentuado.
Me senté en una roca cercana, disponiéndome a escucharlo:
-Hoy, estáis reunidos aquí, para escuchar mis palabras.
Yo soy como una flor que se insinúa a los insectos, con su perfume y color. Sed pues como
las abejas, venir a libar mi néctar, pues, alimento Espiritual es.
Muchos
de vosotros sois reticentes a abrir vuestros corazones a la llamada del
Amor. Recordad
que el tiempo que pasamos en esta envoltura carnal es una ínfima parte
de la que ha de recorrer nuestro verdadero Ser. Sin Amor no existe la
vida, pues esta se asemeja a hojas secas que ha consumido el gélido
invierno del egoísmo, cuando él no está presente.
Amar es respirar y sentir los rayos del astro rey acariciando nuestra
faz. Es una cálida brisa que transporta nuestra alma hasta terrenos
divinos.
No
existe diferencia entre vivir y amar, pues una sóla cosa es. Debéis
abrir los sentidos
y vuestros sentimientos hacia los demás. Tenéis que ser conscientes de
vuestra fuente primigenia, aquella de donde manasteis. Sois haces de luz
que surgieron de un mismo foco. Algunos han perdido el recuerdo, otros
lo intuyen, unos pocos saben a ciencia cierta
de dónde provienen. Es por ello que todos somos una unidad con aquel
que nos engendró; tan solo hemos de ser capaces de recordar nuestra
procedencia. Así es que todos y cada uno de nosotros podemos ser
denominados con el nombre de hermano, pues todos somos
hijos de la misma luz, gotas de idéntica fuente.
Acalló su voz durante un instante, sus ojos se humedecieron, acto seguido la voz tomó un tinte de suave y aterciopelado timbre:
-Y
aún más, mis queridos hermanos, si todos hemos provenido del mismo
lugar, siendo cierto
y verdadero, que brotamos de un mismo manantial, así mismo os he de
decir que seguimos formando parte de Él. Jamás fuimos alejados de
nuestra morada, pues continuamos siendo uno con aquel del cual emanamos.
Con lágrimas, acariciando su fina piel y la voz entrecortada, añadió:
-Pues
nuestro Padre y nosotros, Somos Uno. Nosotros Somos Él y Él es
nosotros. No existe
separación alguna, tan solo hemos perdido el recuerdo de nuestra
procedencia. Es por ello que el espejismo de la dualidad es reconocido
como unidad cuando el velo de la ignorancia y del olvido es descorrido
de nuestra mente.
Solo
entonces nos reconocemos como verdadera identidad, fundidos con nuestro
Padre. Es cuando
somos conscientes que el amante y el amado una sola cosa son. Se revela
la certera verdad, aquella que indica que no existe distancia ni
separación, y nos desvela el verdadero rostro que veneramos: este no es
otro, que nuestro propio rostro. Padre e hijo,
idéntico ser son.
Alzó
la mirada al cielo, abriendo los brazos, tras un breve instante los
cerró, abrazando su propio cuerpo. Súbitamente fui inundado por una paz
exultante. Por primera
vez experimenté el amor en estado puro. Sin darme cuenta, las lágrimas
resbalaban por mis mejillas, aquel sentimiento no se podía expresar en
palabras; tan solo era posible experimentarlo a través del alma.
Desconozco
el tiempo que me mantuve en íntima comunión con mi espíritu. Cuando
abrí los ojos, me encontraba en plena soledad. Los rayos del Sol daban
sus últimas
pinceladas a un precioso cielo, tiñendo de púrpura el horizonte. Muy
lentamente, fui resurgiendo del extático estado en el que me encontraba.
Con la vista todavía entre nublada, atisbé una figura frente a mí. Su
túnica blanca me era familiar. Por fin, pude
observar con total nitidez de quién se trataba. Una sonrisa, impregnada
de beatitud me aguardaba.
La voz, se dejó sentir, como una preciosa sinfonía:
-¿Tienes sed?- la pregunta, me desconcertó.
Supongo que, intuyéndolo, añadió:
-Ven,
yo calmaré tu anhelo de probar las fuentes de la divinidad. Te daré de
beber el vino
que embriagará tus sentidos; hasta volverte loco de Amor Celestial. Tu
copa es honda, hermano mío, escanciemos el elixir de lo eterno en ella,
hasta que se desborde, para poder realizar la Unión con aquel que
siempre fuiste Tú.
De esta forma conocí, al hombre que transformó mi vida, en una perpetua comunión con el Ser Divino.
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Autor: Matías Márquez
(gaudapada@hotmail.com)
Fuente: De su libro Alma
embriagada (Editorial:
Visión Libros)