La
época del aislamiento y del individualismo ya pasó. Los que insistan en
esta actitud no soportarán la presión y fatalmente se enfermarán
emocionalmente, existencialmente.
El
miedo de abrirse al otro y a la vida, lleva al pánico. El
autoenclausuramiento afectivo, como reacción a una desmesurada
dependencia de las relaciones, lleva a la depresión. El anhelo de
libertad y realización, en un contexto de represión y severidad con si
mismo, lleva a la ansiedad.
Y la
pretensión de controlar el flujo de los acontecimientos lleva al estrés y
muestra la total falta de confianza. No hablo de confianza en sí mismo,
pues si alguien no se conoce, ¿cómo podría confiar en sí mismo? Tampoco
hablo de la confianza en alguien. Pues, si no se conoce a sí mismo,
¿cómo podría conocer al otro y confiar en él? Hablo de la falta de
confianza en lo desconocido, en la incertidumbre… y de la posible
confianza en el propio acto de confiar. Una entrega absoluta a la
existencia tal como esta se manifiesta a cada instante.
Podemos
aprender a salir de nosotros mismos, expandir lo que somos más allá de
las fronteras de la separación del yo. Dejar que el corazón se abra y
compartir más abrazos, sonrisas, gestos de desbordamiento. Claro que eso
sólo es legítimo cuando es espontáneo y surge de la verdad,
naturalmente. Pero también es verdad que sólo es capaz de surgir cuando
existe intención, disponibilidad, y fundamentalmente intensidad vital,
vida fuerte. Dándonos cuenta de eso y aceptando la invitación que la
existencia nos hace en esa dirección, podemos establecer una actitud de
completa apertura.
Podemos entonces
aumentar la fuerza de la vida que pulsa y es lo que somos. No existe
magia o camino ya trazado para eso. Sin embargo, algunas cosas simples
pueden hacer despertar, estimular la pulsación de la vida que existe en
nosotros.
La actitud de compartir, donar, es un gesto de fuerza, de expansión, y eso ya es la vida recolocándose en su flujo ascendente; en su aumento de poder ser lo que es. La vida quiere siempre más de ella para ella misma, y ese es su modo de ser saludable y llena de incondicional coraje. Plena de fuerza que siempre se supera a sí misma.
La actitud de compartir, donar, es un gesto de fuerza, de expansión, y eso ya es la vida recolocándose en su flujo ascendente; en su aumento de poder ser lo que es. La vida quiere siempre más de ella para ella misma, y ese es su modo de ser saludable y llena de incondicional coraje. Plena de fuerza que siempre se supera a sí misma.
Por
lo tanto, abrirse y dejarse fluir en todas las direcciones, tocar el
otro con lo que somos, despierta la fuerza de la vida. Cuando sentimos
en ese movimiento que lo que somos es esencialmente Vida y que el otro
es también eso, entonces somos Uno. Somos vida en expansión. Eso es amor
incondicional. Nada tiene que ver con moralidad social, religión, o
cualquier pretensión de salvar el mundo. Es sólo ser en sintonía con lo
que la vida es, en su modo de ser más propio, creativo, salvaje.
Al
dejar esa actitud básica establecida para fluir, necesitamos intensidad
vital para que el movimiento suceda. Es necesario salir del estado de
baja carga pránica, de penuria energética, para que realmente la fuerza
de la vida haga que se produzca su propio movimiento de expansión. Un
modo de empezar ese proceso de revitalización, biológicamente, es
simplemente respirando más y mejor. El oxígeno y el prana que absorbemos
al respirar de modo adecuado y de forma especial por medio de
ejercicios específicos, altera la configuración vigente de nuestro
estado emocional, mental y orgánico y efectivamente nos quedamos más
vivos, capaces y listos para ir más allá de lo que pensamos ser.
Esta
época acuariana es la era del encuentro, del agrupamiento, pero no por
la carencia, por el anhelo de recibir. No porque la unión hace la
fuerza. Al contrario. Es porque sentimos la fuerza de la vida
desbordando en nosotros, y así nos podemos mover en dirección al otro.
De forma libre, sin control, sin manipulación, sin necesitar del otro
para ser lo que somos. Sin estar en búsqueda de un sentido de la vida y
de sí mismo a través del otro. No. La vida no tiene ningún sentido fuera
de ella misma. Y ella es lo que somos. Podemos acercarnos al otro para
estar juntos, compartiendo; para donar, distribuir, la fragancia que
exhala de lo que somos.
La era
acuariana puede ser una experiencia de unidad fundada en la vivencia de
que todo es Uno. Toda diversidad es máscara que esconde el Uno que
somos. A partir de tal conciencia, un nuevo modo de vivir se hace
posible.
El papel del Kundalini Yoga
en ese proceso puede ser inmenso. Pues la conciencia realizada en eso
que el Yoga es, puede alterar radicalmente todas las relaciones. Sólo
siendo plenamente lo que es. Compartiendo la plenitud de us propia
naturaleza; de su propio Ser. Wahe Guru Ji!