Los Valores Verdaderos
Fue con Angamón, el líder de los
estoicos, con que Jesús pasó una noche entera conversando durante los
primeros días de su permanencia en Roma. Este hombre posteriormente se
convirtió en un gran amigo de Pablo y resultó ser uno de los principales
sostenedores de la iglesia cristiana en Roma. En esencia, y dicho en
lenguaje moderno, Jesús enseñó a Angamón:
La norma de los valores verdaderos debe
buscarse en el mundo espiritual y en los niveles divinos de la realidad
eterna. Un mortal ascendente debe reconocer que todas las normas
inferiores y materiales son efímeras, parciales, e inferiores. El
científico, como tal, está limitado al descubrimiento de las conexiones
entre los hechos materiales. Formalmente, no tiene el derecho de afirmar
que es un materialista o idealista, porque al hacerlo está renunciando a
la actitud de un verdadero científico, ya que todas y cada una de tales
afirmaciones son la esencia misma de la filosofía.
Si el discernimiento moral y al alcance
espiritual de la humanidad no aumenta proporcionalmente, el avance
ilimitado de una cultura puramente materialista puede llegar a ser
finalmente una amenaza para la civilización. Una ciencia puramente
materialista alberga dentro de sí la simiente potencial de la
destrucción de toda aspiración científica, porque esta actitud misma
presagia el colapso final de una civilización que ha abandonado su
sentido de los valores morales y ha repudiado su meta espiritual del
logro.
El científico materialista y el
idealista extremo están destinados a una disputa constante. Esto no se
aplica a aquellos entre los científicos e idealistas que posean una
norma común compartida de valores morales elevados y de altos niveles de
prueba espiritual. En toda época, los científicos y los religionistas
deben reconocer que están a prueba ante el tribunal de la necesidad
humana. Deben rechazar toda guerra entre ellos a la vez que han de
luchar valientemente para justificar su supervivencia mediante una mayor
devoción al servicio del progreso humano. Si la así llamada ciencia o
religión de una época determinada es falsa, deberá purificar sus
actividades o desaparecer antes de la emergencia de una ciencia material
o una religión espiritual de orden más verdadero y más digno.
El Bien y el Mal
Mardus era el líder reconocido de los
cínicos de Roma (léase Cínico como una persona con una filosofía de
vida), y se hizo muy amigo del escriba de Damasco. Día tras día
conversaba con Jesús, noche tras noche escuchaba sus extraordinarias
enseñanzas. Entre las conversaciones más importantes con Mardus, hubo
una cuyo objeto consistía en responder a la sincera pregunta de este
cínico relativa al bien y al mal. En esencia, y en lenguaje del siglo
veinte, dijo Jesús:
Hermano mío, el Bien y el Mal no son
sino palabras que simbolizan niveles relativos de la comprensión humana
del universo observable. Si eres éticamente holgazán y socialmente
indiferente, puedes tomar como tu norma del Bien las costumbres sociales
corrientes. Si eres espiritualmente indolente y sin anhelos de progreso
moral, puedes tomar como norma del Bien las prácticas y tradiciones
religiosas de tus contemporáneos. Pero el alma que sobrevive más allá
del tiempo y que emerge en la eternidad debe hacer una elección viviente
y personal entre el Bien y el Mal tal como están definidos por los
verdaderos valores de las normas espirituales establecidas por el
espíritu divino que el Padre celestial ha enviado a residir dentro del
Corazón del hombre. Este Espíritu residente es la norma de la
supervivencia de la personalidad.
La bondad, al igual que la verdad, es
siempre relativa e infaliblemente está contrastada por el mal. Es la
precepción de estas cualidades de bondad y verdad la que capacita a las
almas evolutivas de los hombres para tomar las decisiones personales de
elección que son esenciales para la supervivencia eterna.
Los individuos espiritualmente ciegos
que siguen lógicamente los dictados de la ciencia, las costumbres
sociales, y el dogma religioso están en grave peligro de sacrificar su
libertad moral y de perder su libertad espiritual. Tal alma está
destinada a convertirse en un papagayo intelectual, un autómata social, y
un esclavo de la autoridad religiosa.
La Bondad siempre avanza hacia nuevos
niveles de creciente libertad de autorrealización moral y de alcance de
la personalidad espiritual: el descubrimiento del Ajustador residente, y
la identificación con él. Una experiencia es buena cuando eleva la
apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, amplía el
discernimiento de la verdad, acrecienta la capacidad de amar y de servir
a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales, y enlaza los
motivos humanos supremos del tiempo con los planes eternos del Ajustador
residente, todo lo cual conduce directamente a un creciente deseo de
hacer la voluntad del Padre, alimentando así la pasión divina de
encontrar a Dios y de asemejarse más a él.
Según asciendes la escala universal del
desarrollo de la criatura, encontrarás mayor bondad y menor mal en
perfecto acuerdo con tu capacidad de experimentar la bondad y discernir
la verdad. La capacidad de albergar el error o de experimentar el mal no
se perderá por completo hasta que el alma humana ascendente no alcance
los niveles finales de los espíritus.
La Bondad es viviente, relativa, siempre
progresiva, invariablemente una experiencia personal y sempiternamente
correlacionada con el discernimiento de la Verdad y de la Perfección. La
Bondad se encuentra en el reconocimiento de los verdaderos valores
positivos del nivel espiritual, los cuales deben ser contrastados, en la
experiencia humana, con la contraparte negativa, las sombras del mal
potencial.
Hasta que alcances los niveles del
Paraíso, la Bondad será siempre más una búsqueda que una posesión, más
una meta que una experiencia de logro. Pero, hambriento y sediento de
rectitud, experimentarás una satisfacción creciente en el alcance
parcial de la Bondad. La presencia del Bien y del Mal en el mundo es, en
sí misma, una prueba positiva de la existencia y de la realidad de la
voluntad moral del hombre, la personalidad, que así identifica estos
valores y es capaz de elegir entre éstos.
Cuando el mortal ascendente alcance el
Paraíso, su capacidad de identificar al yo con los Verdaderos Valores
espirituales, se ha aumentado hasta el punto en que resulta el logro de
la perfección de la posesión de la Luz de la Vida. Tal personalidad
espiritual perfeccionada llega a unificarse tan completa, divina y
espiritualmente con las cualidades supremas y positivas de la Bondad, la
Perfección y la Verdad que no queda ninguna posibilidad de que dicho
espíritu recto pueda arrojar sombre negativa alguna de mal potencial al
ser expuesto a la penetrante luminosidad de la Luz Divina de los
infinitos Gobernantes del Paraíso. En todas estas personalidades
espirituales, la bondad ya no es parcial, contrastante y comparativa; se
ha convertido en divinamente completa y en espiritualmente plena; se
acerca a la pureza y a la perfección del Supremo.
La posibilidad del mal es necesaria para
la elección moral, pero la actualidad del mal no es necesaria. Una
sombra es sólo relativamente real. El mal actual no es necesario como
experiencia personal. El mal potencial actúa igualmente bien como
estímulo para la decisión en los reinos del progreso moral en los
niveles más bajos del desarrollo espiritual. El mal se vuelve una
realidad de la experiencia personal sólo cuando una mente moral hace del
mal su elección.
La Verdad y la Fe
Nabón era un judío griego y el más
importante de los líderes del principal culto de misterio en Roma, el
mitraísta. Si bien este sumo sacerdote del mitraísmo celebró muchas
conferencias con el escriba de Damasco, más permanentemente influyó la
conversación que mantuvieron una noche sobre la Verdad y la Fe. Nabón
había pensado convertir a Jesús y hasta le había propuesto que regresase
a Palestina como maestro mitraísta. No sabía que Jesús estaba
preparándole para que se convirtiera entre los primeros al evangelio del
reino. Puesto en lenguaje moderno, he aquí la esencia de lo que Jesús
le enseñó:
La Verdad no se puede definir en
palabras, sino tan sólo viviéndola. La Verdad es siempre más que
conocimiento. El conocimiento pertenece a las cosas observadas, pero la
Verdad trasciende esos niveles puramente materiales porque se asocia con
la sabiduría y abarca tales imponderables como la experiencia humana,
incluso las realidades espirituales y vivientes. El cono cimiento se
origina en la ciencia; la sabiduría, en la filosofía auténtica; la
Verdad, en la experiencia religiosa de la vida espiritual. El
conocimiento tiene que ver con los hechos; la sabiduría, con las
relaciones; la Verdad, con los valores de la realidad.
El hombre tiende a cristalizar la
ciencia, a formular la filosofía, y a dogmatizar la verdad porque tiene
pereza mental para adaptarse a la lucha progresiva del vivir, a la vez
que también teme terriblemente lo desconocido. El hombre natural es
lento para iniciar cambios en sus hábitos de pensamiento y en su técnica
de vivir.
La Verdad revelada, la Verdad
descubierta personalmente, es el deleite supremo del alma humana; es la
creación conjunta de lamente material y del espíritu residente. La
salvación eterna de esta alma que discierne la Verdad y que es amante de
la Belleza está asegurada por el hambre y sed de Bondad que conducen a
este mortal a desarrollar una singularidad de propósito dedicada a hacer
la voluntad del Padre, a encontrar a Dios y a asemejarse a él. Nunca
hay conflicto entre el verdadero conocimiento y la Verdad. Puede haber
conflictos entre el conocimiento y las creencias humanas, creencias
coloreadas por el prejuicio, distorsionadas por el temor, y dominadas
por el miedo de enfrentarse con nuevos hechos, producidos por el descubrimiento material o el progreso espiritual.
Pero la Verdad no puede convertirse
nunca en una posesión del hombre sin el ejercicio de la fe. Esto es
cierto porque los pensamientos, la sabiduría, la ética, y los ideales
del hombre no se elevarán nunca más allá de su fe, de su esperanza
sublime. Y toda esta fe verdadera está predicada en la reflexión
profunda, la autocrítica sincera, y una conciencia moral intransigente.
La fe es la inspiración de la imaginación creadora espiritualizada.
La fe actúa para descargar las
actividades sobrehumanas de la chispa divina, el germen inmortal, que
vive dentro de la mente del hombre, y que es el potencial de la
supervivencia eterna. Las plantas y los animales sobreviven en el tiempo
mediante la técnica de pasar partículas idénticas de sí mismos de una
generación a otra. El alma humana (la personalidad) sobrevive a la
muerte por vinculación de identidad con esa chispa de divinidad
residente, que es inmortal, y que funciona para perpetuar la
personalidad humana en un nivel continuo y más elevado de existencia
progresiva en el universo. La simiente oculta del alma humana es un
espíritu inmortal. La segunda generación del alma es la primera de una
sucesión de manifestaciones de la personalidad de existencias
espirituales y cada vez más avanzadas que terminan tan sólo cuando esta
entidad divina alcanza la fuente de su existencia, el origen personal de
toda existencia, Dios, el Padre Universal.
La vida humana continúa –sobrevive-
porque tiene una función universal, la tarea de encontrar a Dios. El
alma del hombre activada por la fe no puede menos que alcanzar esta meta
de su destino; y una vez que ha logrado esa meta divina, no puede tener
fin porque ha llegado a ser como Dios; eterna.
La evolución espiritual es una
experiencia de la elección creciente y voluntaria de la bondad asistida
por una disminución igual y progresiva de la posibilidad del mal. Con
el logro de la finalidad de elección de la Bondad y de una plena
capacidad para la apreciación de la Verdad, surge a la existencia para
perfección de la Belleza y de la Santidad cuya rectitud inhibe
eternamente la posibilidad de que surja aún el concepto del mal
potencial. Un alma conocedora de Dios como ésta, no arroja ninguna
sombra de mal dudoso cuando funciona en tan alto nivel espiritual de
Bondad Divina.
La presencia del espíritu del Paraíso en
la mente del hombre constituye la promesa de revelación y la garantía
de la fe de una existencia eterna de progresión divina para todas las
almas que tratan de alcanzar identidad con este fragmento espiritual
inmortal y residente del Padre Universal.
El progreso en el universo se
caracteriza por la creciente libertad de la personalidad porque se
relaciona con el logro progresivo de niveles cada vez más alto de
auto-comprensión y de consecuente moderación voluntaria. El alcanzar la
perfección de la moderación espiritual equivale a la consumación de la
libertad universal y de la libertad personal. La fe alimenta y mantiene
el alma del hombre en medio de la confusión de su orientación primitiva
en un universo tan vasto, en tanto que la oración se convierte en el
gran unificador de las diversas inspiraciones de la imaginación creativa
y los impulsos de la fe de un alma que trata de identificarse con los
ideales espirituales de la presencia divina residente y vinculada.
Nabón quedó muy impresionado por estas
palabras, así como por cada una de sus conversaciones con Jesús. Estas
verdades ardían para siempre dentro de su corazón, y él fue de gran
ayuda cuando, en el futuro, llegaron los predicadores del evangelio de
Jesús.
Fuente: Extractos de Documento 132 – El libro de Urantía
En Amor y Servicio,
Viviana Rodriguez Cortejarena – www.vivianarodriguez.com