A través de Béatrice Balme
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Podéis entender fácilmente la naturaleza y funciones del cuerpo etérico si os digo que desempeña vis-a-vis con el cuerpo físico, el mismo papel que la vegetación vis-a-vis con la tierra.
Sí, es mirando los árboles cómo podéis haceros una idea de lo que es el cuerpo etérico.
Con los extremos de sus ramas, el árbol se eleva hacia el cielo y al mismo tiempo, por sus raíces, se hunde profundamente en la tierra.
Las partes más importantes del árbol son por tanto sus raíces y los extremos de sus ramas porque es por ellas que atrae las energías. ¡Si se pudiera sentir con qué tenacidad y con qué perseverancia lo hace! Sus ramas son como antenas que se esfuerzan por capturar las energías de la atmósfera, mientras que las raíces hacen el mismo trabajo en el suelo.
Superficialmente, la Tierra nos parece inerte, amorfa, pero en sus profundidades guardó una gran cantidad de materiales que no pueden transformarse y aparecen a plena luz, gracias a estos grandes alquimistas que son los árboles.
Los árboles que cubren la tierra, extraen de sus entrañas las riquezas que ella contiene y las devuelven luego bajo la forma de flores y de frutos.
Y el doble etérico, al mismo tiempo que se enraíza profundamente en el cuerpo físico, extiende sus ramificaciones hasta las regiones superiores; ahí, capta las energías que luego se introducen en el cuerpo, a fin de vivificarlo y de poner de manifiesto a través suyo las cualidades y las facultades de los cuerpos sutiles.
Es por intermedio del cuerpo etérico que el cuerpo físico recibe la vida y la sensibilidad.
El cordón de plata que los une posee cuatro ramificaciones, por tanto cuatro puntos de fijación al cuerpo físico; el primero se encuentra en el cerebro, el segundo en el corazón, el tercero en el plexo solar y el cuarto en el hígado.
Estos cuatro puntos de anclaje son en realidad cuatro semillas gracias a las cuales el ego del hombre que desciende para encarnarse construye su cuerpo físico, su cuerpo etérico, su cuerpo astral y su cuerpo mental.
Viniendo al mundo, el hombre aporta estas cuatro semillas, cuatro átomos imperceptibles en los que se inscriben, como las líneas de fuerza, no solamente su constitución física, sino también su inteligencia, su sensibilidad, su voluntad, todo lo que debe constituir su naturaleza profunda. Los cuerpos etérico, astral y mental se forman exactamente como se forma el cuerpo físico del niño en el vientre de su madre, de acuerdo con las mismas leyes. Los elementos que intervienen en la formación de su ser físico, como de su ser psíquico, y que recibieron las influencias de los planetas y las constelaciones, vienen del universo entero.
Cuando decimos que un niño nace, no es más que una constatación que concierne al plano físico. Todavía no ha nacido en los otros planos: permanece conectado por cordones a las otras matrices del universo que son para él como madres. Estos cables no son cortados, entonces, para nacer en estos diferentes planos, el hombre debe cortar los cordones por los cuales está atado, a fin de volverse independiente. Es independiente aquí en el plano físico, puesto que en el momento de su nacimiento el cordón umbilical que le unía a su madre ha sido cortado. Pero mientras los cordones que lo unen a otros planos no sean igualmente cortados, no nació todavía realmente, es decir, no es independiente en los mundos psíquicos y espirituales.
En el niño que va a nacer, la semilla mental debe, para descender, formarse un cuerpo, y este es el cuerpo mental cósmico, que le sirve de matriz. Entonces mucho más abajo, su cuerpo astral se forma en el cuerpo astral cósmico. Luego, está el cuerpo etérico, y al fin el cuerpo físico; para explicar claramente estos procesos, hay evidentemente que presentar estos cuerpos separadamente, mientras que en realidad están vinculados, se interpenetran.
Incluso si permanece invisible para la mayoría de los humanos, el cuerpo etérico es un cuerpo material.
Debido a que la materia no se limita a los cuatro estados que conocemos; los cuatro estados, sólido, líquido, gaseoso, e ígneo que corresponden a los cuatro elementos tierra, agua, aire y fuego, no son más que los aspectos más groseros de la materia. La materia se prolonga en el plano etérico donde presenta todavía cuatro estados. Del más denso al más sutil, son estos:
- el éter químico (tierra) que permite el crecimiento y la eliminación.
- el éter luminoso (aire), que mantiene el calor, la vitalidad y sobre todo permite las diferentes formas de percepción.
- el éter reflector (fuego), que es el asiento de la memoria.
En el reflector se registran todos los acontecimientos de la vida física del hombre y de su vida psíquica: pensamientos, sentimientos, deseos. Y ahí también se encuentra la semilla que sintetiza todas las características y las peculiaridades del ser que viene al mundo. ¿Os preguntáis por qué hablo de semillas? Porque lo que sucede con el hombre es similar a lo que sucede con el árbol. Cada árbol proviene de una semilla y produce él mismo las semillas, es decir, los granos, las simientes que perpetuarán su especie.
El cuerpo etérico, también proviene de una semilla y produce una simiente donde se condensan todas sus características. Esta semilla se encuentra en el corazón en el punto del ventrículo izquierdo. Pero todas las semillas están unidas las unas con las otras; la semilla física, la semilla etérica, la semilla astral y la semilla mental, porque se siguen y se comunican entre ellas; Este enlace es fácil de comprender, basta con que lo observéis, tenéis un pensamiento; no permanece aislado en el cuerpo mental, se comunica con el cuerpo astral donde despierta sentimientos, emociones, deseos que por sí mismos afectan al cuerpo etérico y el cuerpo etérico da al cuerpo físico el impulso para actuar. Veis, todo encaja.
Y nuestros cuerpos sutiles están cada uno unidos con el cuerpo físico por dos puntos: el cuerpo etérico por el plexo solar y el bazo, el cuerpo astral por el hígado y los órganos genitales, el cuerpo mental por el cerebro y la médula espinal. Los seres humanos raramente son capaces de desarrollarse armoniosamente en todos los planos, que es por lo que presentan tal diversidad en sus manifestaciones.
Dado que el cuerpo etérico forma parte del cuerpo físico, no siempre es necesario darle un lugar, pero se puede hacer, eso permite comprender con mayor claridad ciertos fenómenos de nuestra vida interior. Si se le da un lugar al cuerpo etérico, estableciendo las mismas correspondencias, se encuentra en relación con el cuerpo búdico; y profundizando en esta unión, descubrimos cómo se construye en el hombre ese cuerpo espiritual que menciona San Pablo en la primera Epístola a los Corintios y al que él llama "el cuerpo glorioso".
La capa más sutil del cuerpo etérico, es llamada el éter reflector, y es la sede de la memoria.
Pero esta memoria no concierne más que al ser humano en tanto que individuo, son sus archivos personales. Si quiere tener acceso a los archivos del universo, debe elevarse hasta el cuerpo búdico; porque es ahí, en el cuerpo búdico, donde se registran los eventos de la vida universal. El ser humano puede tomar conciencia de su verdadera dimensión, su dimensión universal, si se esfuerza en elevarse hasta esa región de sí mismo que es un cuerpo búdico.
El cuerpo búdico es el cuerpo del amor desinteresado, y este amor que encuentra la alegría en la abnegación, el sacrificio, porque el hombre ha comprendido que es destruyendo su yo limitado donde encuentra la plenitud. Pero este amor está más allá del sentimiento, es un estado de conciencia, es decir, que no depende de personas ni de circunstancias. Es el estado de un ser que se purificó tanto, que desarrolló tanto su voluntad que consiguió elevarse hasta las regiones sublimes del amor divino; y entonces, haga lo que haga, siente este amor en él y dispone de él para ayudar a todas las criaturas.
Lo único importante es amar, y si no es a tal hombre o a tal mujer, que sean otras personas, el mundo entero, con el fin de que la Fuente continúe fluyendo. Sobre quién fluye, esto no es importante, hace falta que fluya, eso es todo.
El amor experimentado como un estado de conciencia es inmutable.
Cultivando un amor así alimentamos nuestro cuerpo etérico y nuestro cuerpo búdico, y les alimentamos como una madre alimenta al niño que lleva en su vientre; con su propia sangre. Es la calidad de la sangre con la que nutre al niño, la que hará más tarde de él un ser saludable o no saludable. Del mismo modo, trabajamos en la formación de nuestros cuerpos sutiles gracias a la "sangre", es decir, a los fluidos con los que les nutrimos, y estos fluidos son las emanaciones producidas por nuestros pensamientos luminosos, nuestros sentimientos generosos, nuestras aspiraciones más elevadas.
La verdadera predestinación del hombre es la de construir su cuerpo de gloria, la de amplificarse en la luz y la belleza, ya que es en ese cuerpo donde debe habitar un día y convertirse en inmortal. Toda disciplina espiritual tiene como objetivo la formación de este cuerpo glorioso en el que se manifiestan todas las facultades y virtudes de las constelaciones.
La transfiguración de Jesús sólo puede explicarse como una manifestación de su cuerpo de gloria, en el que las vibraciones habían alcanzado tal intensidad que verdaderamente apareció como luz, brillo, esplendor. Estas son las virtudes del cuerpo búdico que vienen a proyectarse en el plano etérico. Y debido a que el cuerpo etérico está en estrecha unión con el cuerpo físico, puesto que es su prolongación, le comunica las vibraciones muy poderosas que recibe del cuerpo búdico; el cuerpo físico es entonces como electrizado, y la luz espiritual, la luz invisible se vuelve visible.
Se encuentran en la Biblia y los Libros sagrados de todas las religiones testimonios con respecto a estas manifestaciones. Pero debido a que no sabemos cómo interpretarlas, ponemos todas estas historias en la cuenta de la imaginación o de la poesía. ¡Eh! no, y estas historias no sólo existen en los Libros sagrados. Le ha sido dado a algunas personas ver a un santo, a un Iniciado en un estado de encantamiento, de éxtasis: verdaderamente vieron la luz brotar, su rostro irradiar. Así se manifiesta el cuerpo de gloria.
Y si queréis convertiros en verdaderos discípulos de Cristo, debéis también trabajar en edificar vuestro cuerpo de gloria esforzándoos para crear y mantener en vosotros estados espirituales. Orad, meditad, escuchad o leed palabras que toquen vuestra alma ... Escuchad música que os transporte ... Contemplad un espectáculo de gran belleza ... Intentad prolongar esos momentos el mayor tiempo posible. Porque esta admiración, estas emociones místicas son en realidad unas partículas de materia sutil, átomos de luz y átomo tras átomo, vais construyendo este edificio espiritual, vuestro cuerpo glorioso.
Enlace facilitado por Béatrice Balme: http://www.elishean.fr/
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Traducción del francés: Ana María Beltrán