Conectando el corazón
Por Bárbara Rother
~ Reflejos
de la infancia ~
Hace
poco, Steve y yo dimos un paseo divertido con nuestro hijo Austin, su esposa
Frauke y nuestro nieto Timmy. Nos reunimos con frecuencia y creamos recuerdos
preciosos. Nos aventuramos a nuestro centro comercial favorito que tiene un
espacio lleno de actividades para las familias. Nuestra cámara disparaba
constantemente, porque nos encanta contemplar a Timmy descubriendo el lugar de
los juegos y a los otros niños. Ver a nuestro hijo con una familia propia nos entibia
el corazón.
Antes
de eso, nos detuvimos en una tienda para que ellos pudieran comprarle ropa
nueva a Timmy. ¡Parecería que crece una pulgada por día! Steve y yo lo
cuidábamos para que sus padres pudieran dedicarse a comprar. Ya casi tiene
año y medio, de manera que todo es una aventura. Es refrescante ver el mundo a
través de los ojos de un niño. Deambulaba por un salón vestidor lleno de
espejos. Admiraba su reflejo mientras daba vueltas para verse desde distintos
ángulos y se detenía para darse un beso en el espejo. Pude ver la verdadera
aceptación que sentía ante su imagen. Al mismo tiempo, me sorprendí
inspeccionando mi propia apariencia en el espejo. En vez de sentir una
admiración total, como sentía mi nieto, yo veía mis defectos. En el invierno
aumenté un poquito de peso y no me gustó cómo se me veía la ropa. Tuve que
reírme y decirle a Timmy que su gesto me recordó que debía amarme
incondicionalmente. Entonces recordé algo que había olvidado hace largo
tiempo. A la temprana edad de tres o cuatro años, recuerdo que hice lo mismo
que hizo Timmy con el espejo del vestidor, mientras mi madre se quejaba de que
nada le quedaba bien.
¿A
qué edad perdemos esa inocencia? ¿Cuándo olvidamos esa aceptación total de lo
que somos? Mi primer recuerdo es de cuando tenía unos doce años. Era alta y
muy delgada para mi edad. Aunque tenía buenos amigos y era una excelente
alumna, elegí concentrarme en unos pocos compañeros agresivos que me llamaban
"cuello de jirafa" y "larguirucha." Poco podía prever a esa
edad que años más tarde, en mi adolescencia, este tipo de cuerpo me llevaría al
modelaje, teniendo la figura que las jovencitas deseaban. Pero en aquel
entonces, permití que unos pocos me hicieran dudar de mí misma. Mi falta de
confianza me hizo luchar para comprender quién era yo. Debo decir que cuando
conocí a Steve, a los dieciséis, admiré su confianza. Me ayudó a desarrollar
confianza en mí misma. Más tarde y a través de las experiencias de la vida,
descubrí la manera de valorar mis capacidades. Fui creyendo más en mí misma
cada vez que me atrevía a enfrentar el mundo y ver lo que podía hacer. Esa
autoestima ha crecido a través de los años, a medida que salía de mis zonas de
confort y comprobaba lo que podía lograr. He crecido para convertirme en la
persona que deseaba ser.
No
podemos compararnos con nadie más. Es muy importante que recordemos que
nuestra belleza reside en nuestro interior y se proyecta hacia afuera.
Descubrir lo que nos apasiona nos muestra lo especiales que somos realmente. Todos
somos imperfecciones perfectas. Es lo que nos hace únicos. Somos individuos
provenientes de diferentes orígenes, conectados por medio de nuestros
corazones. Es muy importante apoyarnos los unos a los otros en vez de
destruirnos. Dedíquense un tiempo a mirarse en el espejo y agradecer lo que
son. Admírense y, ya que están, denle un gran beso a su reflejo.
Con amor
y luz,
Bárbara
Rother
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